Escritos de Santa Clara

Sumario
Cronología sintética de Santa Clara
Abreviaturas
Para leer la primera carta
Para leer la segunda carta
Para leer la tercera carta
Para leer la cuarta carta

Para leer la Regla
Para leer el Testamento
Para leer la Bendición
Primera Carta de Clara a Inés
Segunda Carta de Clara a Inés
Tercera Carta de Clara a Inés
Cuarta Carta de Clara a Inés
Regla de Santa Clara
Testamento de Santa Clara
Bendición de Santa Clara
CRONOLOGÍA SINTÉTICA DE SANTA CLARA
1181: Nace en Asís Francisco Bernardone.
1193: Nace en Asís Clara, hija de Favarone de Offreduccio.
1206: Conversión de Francisco.
1207: Francisco restaura San Damián y profetiza sobre las damas pobres.
1211: Domingo de Ramos, 29 de Marzo, fuga y consagración de Clara. (Algunos autores ubican este hecho el domingo de Ramos -18 de Marzo- de 1212).
1212-13: Clara recibe de Francisco la Forma de vida.
1215: Concilio IV de Letrán, Clara debe tomar la Regla benedictina y asumir el "cargo" de Abadesa.
1216: Inocencio III concede de palabra el "Privilegio de la Pobreza".
1226: En la tarde del 3 de Octubre, muere Francisco en Asís.
1228: Canonización de Francisco. Gregorio IX confirma por escrito el Privilegio de la Pobreza.
1234: Primera Carta de Clara a Inés de Praga.
1235: Segunda Carta de Clara a Inés de Praga.
1238: Tercera Carta de Clara a Inés de Praga.
1240: Los sarracenos atacan el monasterio de San Damián.
1241: Por los ruegos de Clara se ve libre de asedio la ciudad de Asís.
1252: Clara escribe su Testamento.
1253: (en vísperas de su muerte) Cuarta Carta de Clara a Inés de Praga.
1253: 9 de Agosto, aprobación de la Regla de Clara.
1253: 11 de Agosto, muerte de Clara.
1255: Alejandro IV canoniza a Clara el 15 de Agosto.
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ABREVIATURAS
Escritos de Santa Clara
RCl - Regla de santa Clara.
TestCl - Testamento de santa Clara.
1CtaIn - Primera Carta de Clara a Inés de Praga.
2CtaIn - Segunda Carta de Clara a Inés de Praga.
3CtaIn - Tercera Carta de Clara a Inés de Praga.
4CtaIn - Cuarta Carta de Clara a Inés de Praga.
BenCl - Bendición de santa Clara.
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Documentos biográficos y parabiográficos relacionados con santa Clara:
Pro - Proceso de canonización de santa Clara.
BC - Bula de canonización de santa Clara.
LCl - Leyenda de santa Clara.
PP - Privilegio de la Pobreza.
Not - Notificación oficial de la muerte de santa Clara.
ExhCl - Exhortación cantada de san Francisco a santa Clara.
FVCl - Forma de vida de san Francisco para santa Clara.
1Cel - Vida primera de san Francisco, de Tomás de Celano.
2Cel - Vida segunda de san Francisco, de Tomás de Celano.
TC - Leyenda de los tres compañeros.
LM - Leyenda Mayor de san Buenaventura.
Lm - Leyenda Menor de san Buenaventura.
Flor - Florecillas de san Francisco.
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PARA LA LEER LOS ESCRITOS DE SANTA CLARA
1.- Para leer la Primera Carta
Esta carta fue escrita en 1234 35. Si consideramos que fue escrita a tan sólo un año de la opción de Inés, al leerla veremos que sus características más fuertes son el tono esponsal y la recomendación de la Santísima Pobreza. Estos dos temas marcan los dos grandes bloques, que van del nro. 3-14 el primero y el segundo del 15-30.
El tema de lo esponsal tiene grandes resonancias en la vida de Clara que, bebiendo en la tradición religiosa, vive su encuentro con Jesús bajo el influjo y guía del amor personal. Esto lo vemos claramente a lo largo de toda la carta en expresiones como: «Ya te abraza estrechamente», «eres esposa, madre y hermana de mi Señor Jesucristo», «Te has unido al Esposo del más noble linaje ...amándolo, eres casta; abrazándolo, te harás más pura; aceptándolo, eres virgen.»
El segundo gran tema de la carta es el mismo que atraviesa todo el cuerpo de los escritos de Clara: la Santísima Pobreza. Es digno de resaltar que la primera referencia que hace a la opción por la pobreza la pone bajo el marco de la TOTALIDAD: "Y lo has desdeñado todo, y, con entereza de alma y enamorado corazón, has preferido la santísima pobreza y la escasez corporal" (nro. 6).
Y, en líneas generales, sólo nos queda mencionar que este segundo bloque (entre los números 15-30) es una verdadera "alabanza a la pobreza" que a su vez podemos dividirlo en: a) canto a la Pobreza, 15-18; b) alabanza a Cristo Pobre, 19-21; c) canto a Inés Pobre 22-30.
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2.- Para leer la Segunda Carta
Esta segunda carta que conservamos data de 1235 36; encontramos dos temas dominantes: a) el seguimiento incondicional de Cristo; b) este seguimiento es provocado al contemplarlo.
La opción por la vida pobre hace a Inés esposa de Jesucristo (nro. 5). Pero lo más notable es ver cómo Clara trata con la Pobreza del mismo modo que se trata con una persona (recordemos que Francisco la llamaba "dama"), alguien a quien se puede imitar: "te has hecho émula de la Santísima pobreza" (aemula sanctissimae paupertatis). El párrafo que va del número 8 al 14 expresa claridad y confianza, decisión y ánimo, sin atropellar pero con firmeza. Se trata del Seguimiento sin condiciones, se trata de la tarea fundamental de la "Hermana Pobre".
El párrafo siguiente (15-20) expresa el motivo del Seguimiento: la contemplación de Cristo Pobre. Propone "mirarlo" despreciable por nosotros y "seguirlo" hechos nosotros despreciable por Él: «... abraza como virgen pobre a Cristo pobre. Míralo hecho despreciable por ti, y síguelo, hecha tú despreciable por El en este mundo: observa, considera, contempla, con el anhelo de imitarle, a tu Esposo, el más bello entre los hijos de los hombres...». No permite que le sea arrebatado su tesoro y, aunque en el nro. 15 incorpora fuertemente el criterio de la obediencia, sabe bien -sin violencias- cuál es su vocación y esto no está dispuesta a sacrificarlo.
Esta carta es importante también por contener lo que en la tradición contemplativa de la Iglesia serán llamados los “grados de la contemplación”: Observa, considera, contempla , temas que retoma con mayor claridad en su cuarta carta (18-27).
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3.- Para leer la Tercera Carta
Posiblemente en 1238 haya sido escrita esta tercera carta. Sigue usando el mismo tono fuerte y personal de las anteriores pero se le agrega el sentido eclesial de la vocación contemplativa (cf. 8), la transformación mediante la instalación completa (fijarse) en Jesucristo, el ejemplo de María, la alegría; se repite con fuerza "el seguimiento del pobre y humilde Jesucristo".
Desde el comienzo llama la atención el especial cariño que Clara manifiesta a Inés: es el Espíritu quien liga de tal manera el corazón de dos hermanas que nunca tuvieron la oportunidad de verse. La alegría más profunda de Clara es ver cómo Inés camina velozmente "en el seguimiento del pobre y humilde Jesucristo" (4). Inés ha encontrado el Tesoro escondido en su mismo corazón (7) y por ello es asociada a la obra redentora que Jesús continúa en la historia (8).
Pero lo central lo encontramos en el párrafo que va del 9 al 27. Podemos observar aquí la fórmula tan conocida: "Fija tu mente... fija tu alma... fija tu corazón...". La instalación en la vida de Jesús es la mayor ocupación de Clara y a eso mismo incita a Inés. No hay un fin determinado, no se pretende la santidad, no se proyecta la propia perfección. El fin y la consecuencia de la contemplación es la transformación: "Transfórmate enteramente, por la contemplación, en imagen de su divinidad".
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4.- Para leer la Cuarta Carta
La cuarta carta fue escrita en vísperas de su muerte. Esto se encuentra insinuado desde el comienzo cuando le desea que sea “admitida a cantar el cántico nuevo ante el Trono de Dios y del Cordero en compañía de las santísimas vírgenes y a seguir al Cordero donde quiera que vaya”, mientras insiste en el particular afecto que siente hacia ella.
Pondera desde el nro. 9 al Esposo y llama dichosa a Inés por estar llamada a unirse a Cristo en connubio. “Adherirse con todas las fuerzas” vuelve a tener un lugar privilegiado entre las expresiones de esta carta y las expresiones usadas dan la sensación de que Clara pretende “dibujar” al Jesús a quien es preciso contemplar. Este modo de referirse a Cristo, claro, está inspirado en el lenguaje místico del Cantar de los Cantares en el cual se presenta la relación de Dios con su pueblo en términos de unión y de fidelidad esponsales.
Inés es invitada a contemplarse en Cristo-Espejo y con esta ocasión reaparece la contemplación en sus grados solamente enunciados en la segunda carta (observa, considera, contempla) que tienen un objeto específico (pobreza, humildad y caridad) refiriéndolos concretamente a la existencia terrena del Señor (nacimiento, padecimientos y muerte).
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5.- Para leer la Regla
Para comprender el significado de la Regla en la vida de Clara hay que tener en cuenta que ella y su comunidad tuvieron que vivir muchos años bajo reglamentaciones ajenas al estilo franciscano de vida. Como sabemos, el IV Concilio de Letrán (1215) había prohibido la aprobación de nuevas reglas y fruto de esto es que Clara y su comunidad hayan tenido que someterse sucesivamente a la Regla del Cardenal Huglino (dada en 1218 y confirmada en 1245) y a la Regla de Inocencio IV (1247); éstas señalaban siempre a la Regla de San Benito como forma fundamental a observar.
La RCl es una forma de vida menos rígida y mecánica, más flexible, viva y humana de los diversos artículos, en contraposición a la legislación dada con anterioridad a las Hermanas Pobres. En continuidad con el espíritu de Francisco se habla del “Espíritu del Señor y su santa operación” y se deja amplio margen a la inspiración y a la iniciativa personales de los miembros de la comunidad. Se acentúa también el aspecto fraterno de la vida de las damianitas.
Al igual que con la Regla Bulada de los hermanos menores, Clara construye su propia Regla sobre la famosa inclusión donde se destaca la observancia del Santo Evangelio en plena comunión con la fe católica y la Santa Madre Iglesia.
Hay que subrayar que en su redacción de la Regla, Clara no se limita a copiar los artículos de la Rb sino que es capaz de adaptarla a la situación propia de la sicología femenina y a las exigencias de la vida contemplativa. A su vez incorpora en su Regla la amonestación para las hermanas de vivir como “peregrinas y extranjeras en este mundo”, no al estilo de los frailes que recorrían ciudades y poblados predicando el Evangelio, sino profundizando el sentido peregrinante y la dinámica propia de la vida contemplativa de inspiración franciscana.
La aprobación de la RCl data del 9 de agosto de 1253, en la víspera de la muerte de la santa. Misteriosamente este original se pierde por siglos y no menos misteriosamente es encontrado entre los pliegues de un hábito usado por Santa Clara, dentro de un estuche de ébano, en el año 1893. Después de algunas discusiones de la crítica especializada, no se duda hoy de la autenticidad del documento que se conserva en el archivo del protomonasterio Santa Clara en Asís.
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6.- Para leer el Testamento
No se conserva el original del Testamento (la primera noticia que tenemos la da una publicación de 1628). Pero concuerda en el espíritu con los temas nucleares tan caros a la forma de expresarse de Clara.
Debemos prestar atención a los temas en general tratados en este Testamento espiritual-vocacional: La vocación evangélico-franciscana, la pobreza radical, el amor como fundamento de la vida comunitaria, la vinculación de las Ordenes mediando la figura de Francisco que aparece siempre como Padre.
La Presencia que encuadra todo el Testamento: "El altísimo Padre celestial, por su misericordia y gracia". Lo primero será una alabanza por el DON de la vocación, la cual conlleva un compromiso de ser espejo. Se asiste al nacimiento de las dos Ordenes franciscanas de una misma inspiración: el Señor ofreciendo la vida evangélica; y bajo una misma guía y padre: Francisco, plantador y ayudador de las hermanas menores.
Se percibe con mucha fuerza la exhortación a mantenerse inquebrantablemente fiel a la vida pobre que "firmemente se ha prometido al Señor y al Padre Francisco". Al final, y admirablemente apropiada de la bendición (espíritu) de Francisco, promete la bendición de su Padre y la suya propia.
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7. Para leer la Bendición
Consta en la LCl 45 que en el lecho de muerte Santa Clara dictó una bendición solemne dirigida a todas las hermanas pobres, de todos los monasterios y de todos los tiempos.
Para la Bendición se pueden observar las mismas consideraciones hechas para el Testamento: tienen un estilo simple, se nota un uso de los mismos vocablos, una clara cercanía de contenido. En cuanto a la fecha de datación de este escrito, diremos que pertenece a la misma época del Testamento o inmediatamente posterior. Esta cercanía confirma la identidad de autor y explica también la antigua tradición en la orden de la clarisas de leer los viernes el Testamento y la bendición de modo continuado.
En cuanto al contenido, debemos decir que se trata de un documento inscrito en la más pura tradición bíblica. La bendición en la Escritura refiere siempre al don, a la herencia, a la historia, a la palabra humano-divina y su misterio.
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PRIMERA CARTA DE CLARA A INÉS
1. A la venerable y santísima virgen, Señora Inés, hija del excelentísimo e ilustrísimo rey de Bohemia:2Clara, indigna servidora de Jesucristo y esclava inútil de las Damas Encerradas del monasterio de San Damián, súbdita y sierva en todo, se le encomienda enteramente con especial respeto y le desea que alcance la gloria de la felicidad eterna (Eclo 50,5).
3. Hasta mí ha llegado la fama de tu santa conducta y virtuosísima vida; y no sólo hasta mí, sino que se ha divulgado egregiamente a casi todo el orbe de la tierra. 4Me alegro muchísimo en el Señor y salto de gozo (Ha 3,18); y no sólo me regocijo con toda razón yo personalmente, sino también todos aquellos que sirven y desean servir a Jesucristo. 5Realmente, tú hubieras podido disfrutar más que nadie de las pompas y de los honores y de las grandezas del siglo, con la gloria suprema de desposarte legítimamente con el ínclito Emperador, como correspondía a la dignidad de él y a la tuya. 6Y lo has desdeñado todo, y, con entereza de alma y enamorado corazón, has preferido la santísima pobreza y la escasez corporal, 7uniéndote con el Esposo del más noble linaje, el Señor Jesucristo. El guardará tu virginidad siempre intacta y sin mancilla. 8Amándolo, eres casta; abrazándolo, te harás más pura; aceptándolo, eres virgen.9Su poder es más fuerte, su generosidad es más alta, su aspecto más hermoso, su amor más suave, y todo su porte más elegante.10Y ya te abraza estrechamente Aquel que ha adornado tu pecho con piedras preciosas, y ha puesto en tus orejas por pendientes unas perlas de inestimable valor,11y te ha cubierto con profusión de joyas resplandecientes, envidia de la primavera, y te ha ceñido las sienes con una corona de oro fino, forjada con el signo de la santidad (Eclo 45,14)
12. Así pues, hermana carísima, y aun más, señora respetabilísima, pues eres esposa y madre y hermana de mi señor Jesucristo, 13adornada esplendorosamente con el estandarte de la virginidad inviolable y de la santísima pobreza: ya que has comenzado con tan ardiente anhelo del Pobre Crucificado, confírmate en su santo servicio; que 14El sufrió por nosotros el suplicio de la cruz, librándonos del poder del príncipe de las tinieblas (Hb 12,2; Col 1,13) que nos tenía sometidos y encadenados por la transgresión de nuestro primer padre y reconciliándonos con Dios Padre.
15. ¡Oh pobreza bienaventurada, que da riquezas eternas a quienes la aman y abrazan! 16¡Oh pobreza santa, por la cual, a quienes la poseen y desean, Dios les promete el reino de los cielos, y sin duda alguna les ofrece la gloria eterna y la vida bienaventurada! 17¡Oh piadosa pobreza, la que se dignó abrazar con predilección el Señor Jesucristo, el que gobernaba y gobierna cielo y tierra , y, lo que es más, lo dijo y todo fue hecho! (Sal 32,9; 148,5).18En efecto, las zorras dice el mismo Cristo tienen sus madrigueras, y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza, sino que, inclinándola [en la cruz], entregó su espíritu (Mt 8,20; Jn 19,30)
19. Pues si un Señor tan grande y de tal calidad, encarnándose en el seno de la Virgen, quiso aparecer en este mundo como un hombre despreciado, necesitado y pobre, 20para que los hombres, pobrísimos e indigentes, con gran necesidad del alimento celeste, se hicieran en él ricos por la posesión del reino de los cielos, 21alégrate y salta de júbilo, colmada de alegría espiritual y de inmenso gozo. 22Tú, al preferir el desprecio del siglo a los honores, la pobreza a las riquezas temporales, y guardar cuidadosamente los tesoros en el cielo y no en la tierra, 23allí donde ni la herrumbre los corroe,, ni los come la polilla, ni los ladrones los descubren y roban (Mt 6,20), te has asegurado una recompensa copiosísima en los cielos (Mt 5,12), 24y has merecido dignamente ser hermana, esposa y madre (Mt 12,50) del Hijo del Altísimo Padre y de la Virgen gloriosa.
25. Pues creo firmemente que tú sabes cómo el reino de los cielos se promete y se da por el Señor sólo a los pobres (Mt 5,3). En la medida que se ama algo temporal, se pierde el fruto de la caridad. 26No se puede servir a Dios y al dinero, porque se amará a uno y se aborrecerá al otro, o se entregará a uno y se despreciará al otro (Mt 6,24). 27Un hombre vestido no puede luchar con otro desnudo, pues será derribado pronto, por tener de donde asirlo. 28Y es imposible morar con gloria en el siglo y luego reinar con Cristo. Y antes pasará un camello por el ojo de una aguja que subir un rico al reino celestial (Mt 19,24). 29Por eso tú te has despojado de los vestidos, esto es, de las riquezas temporales, para no sucumbir de ningún modo ante el enemigo, para entrar en el cielo por el camino arduo y la puerta estrecha (Mt 7,13 14). 30Es un gran negocio, y loable, dejar lo temporal por lo eterno, ganar el cielo a costa de la tierra, recibir el ciento por uno, y poseer a perpetuidad la vida feliz (Mt 19,29).
31. Por ello he creído un deber suplicar a su excelencia y santidad, en cuanto puedo, humildemente, en la entrañas de Cristo (Flp 1,8), que te confirmes en su santo servicio, 32creciendo de bien a mejor, de virtud en virtud (Sal 83,8). El, a quien sirves con todo el ardor de tu alma, se digne otorgarte los premios deseados. 33Te ruego también en el Señor, en cuanto puedo, que me encomiendes en tus oraciones, a mí, tu servidora, aunque inútil, y a las demás hermanas, tan afectas a ti, que moran conmigo en este monasterio. 34Con esa ayuda esperamos poder merecer la misericordia de Jesucristo, y gozar juntamente contigo de la visión eterna.
35Salud en el Señor, y ora por mí.
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SEGUNDA CARTA DE CLARA A INÉS
1. A la hija del Rey de reyes, a la sierva del Señor de los que dominan (Ap 19,16; 1Tim 6,15), a la esposa de Jesucristo y, como tal, reina nobilísima, señora Inés: 2Clara, servidora inútil e indigna de las Damas Pobres, te augura salud, y vivir siempre en suma pobreza.
3. Doy gracias al otorgador de toda gracia, de quien creemos que proceden toda dádiva buena y todo don perfecto (St 1,17), porque te ha condecorado con tantos títulos de virtudes y te ha hecho brillar con los distintivos de tanta perfección. 4Convertida en diligente imitadora del Padre perfecto (Mt 5,48), has merecido llegar a ser perfecta también tú, y tanto, que sus ojos no ven en ti nada imperfecto (Sal 138,6).
5. Por esta perfección, por la que el mismo Rey se acompañará de ti en su tálamo celestial, donde se asienta glorioso en su solio de estrellas: 6que, despreciando la alteza de un reino terrenal, y estimando en poco la oferta de matrimonio con un emperador, 7te has hecho émula de la santísima pobreza, y, con el espíritu de una gran humildad y de una caridad ardorosísima, has seguido las huellas de Aquel que merecidamente te ha tomado por esposa (1Pe 2,21)
8. Como sé que estás cargada de virtudes, no queriendo cargarte de palabras superfluas, no seré prolija en mi expresión; 9aunque a ti no te parecerá superfluo nada que pueda proporcionarte algún consuelo. 10Pues sólo una cosa es necesaria (Lc 10,42), y esto único es lo que protesto y aconsejo, por amor de Aquel a quien te ofrendaste como hostia santa y agradable (Rm 12,1): 11que, recordando como otra Raquel tu propósito (Gen 29,16), y mirando siempre tu punto de partida, retengas lo que tienes, hagas lo que haces, y jamás abandones. 12 Con andar apresurado, con paso ligero, sin que tropiecen tus pies ni aun se te pegue el polvo del camino, 13recorre la senda de la felicidad, segura, gozosa y expedita; y con cautela: 14de nadie te fíes ni asientas a ninguno que quiera apartarte de este propósito, o que te ponga obstáculos para que no cumplas tus votos al Altísimo con la perfección a la que el Espíritu del Señor te ha llamado (Rm 14,13; Sal 49,14).
15. Y, para avanzar con mayor seguridad en el camino de la voluntad del Señor, sigue los consejos de nuestro venerable padre el hermano Elías, ministro general; 16antepón su consejo al de todos los demás, y tenlo por más preciado que cualquier regalo. 17Y, si alguien te dijere o sugiriere algo que estorbe tu perfección, o que parezca contrario a tu vocación divina, aunque estés en el deber de respetarle, no sigas su consejo, 18sino abraza como virgen pobre a Cristo pobre. 19Míralo hecho despreciable por ti, y síguelo, hecha tú despreciable por El en este mundo. 20Oh reina nobilísima: observa, considera, contempla, con el anhelo de imitarle, a tu Esposo, el más bello entre los hijos de los hombres (Sal 43,3), hecho por tu salvación el más vil de los varones: despreciado, golpeado, azotado de mil formas en todo su cuerpo, muriendo entre las atroces angustias de la cruz.
21. Porque, si sufres con El, reinarás con El (Rm 8,17); si con El lloras, con El gozarás; si mueres con El en la cruz de la tribulación, poseerás las moradas eternas en el esplendor de los santos, 22y tu nombre, inscrito en el libro de la vida, será glorioso entre los hombres (2Tim 2,11 12). 23Y así obtendrás para siempre, por los siglos de los siglos, la gloria del reino celestial en lugar de los honores terrenos y transitorios, participarás de los bienes eternos a cambio de los perecederos, y vivirás por los siglos de los siglos.
24. Adiós, carísima hermana, y aun señora mía por tu relación con el Señor, tu Esposo. 25Y procura encomendarnos al Señor en tus devotas oraciones, a mí y a mis hermanas, que nos alegramos del mucho bien que el Señor obra en ti por su gracia. 26Encomiéndanos también, y muy mucho, a tus hermanas.
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TERCERA CARTA DE CLARA A INÉS
1. A la hermana Inés, para mí señora respetabilísima en Cristo y digna de ser amada entre todos los mortales, hermana del ilustre rey de Bohemia, pero ahora hermana y esposa del supremo Rey de los cielos: 2Clara, humildísima e indigna esclava de Cristo y sierva de las Damas Pobres, le augura los gozos de la salvación en el autor de la misma, y cuanto de bueno puede desearse.
3. ¡Me siento llena de tanto gozo, respiro con tanta alegría en el Señor, al saber de tu buena salud, de tu estado feliz y de los acontecimientos prósperos con que permaneces firme en la carrera emprendida para lograr el premio celestial! 4Y todo esto, porque sé y creo que así suples tú maravillosamente mis deficiencias y las de mis hermanas en el seguimiento del pobre y humilde Jesucristo.
5. Realmente puedo alegrarme, y nadie podrá arrebatarme este gozo. 6Tengo ya lo que anhelé tener bajo el cielo: veo cómo tú, sostenida por una admirable prerrogativa de la sabiduría de la boca del mismo Dios, superas triunfalmente, de modo pasmoso e impensable, las astucias del artero enemigo, y la soberbia que arruina la naturaleza humana, y la vanidad que infatúa los corazones de los hombres; 7y cómo has hallado el tesoro incomparable, escondido en el campo del mundo y de los corazones de los hombres (Mt 13,44), con el cual se compra nada menos que a Aquel por quien fueron hechas todas las cosas de la nada; y cómo lo abrazas con la humildad, con la virtud de la fe, con los brazos de la pobreza. 8Lo diré con palabras del mismo Apóstol: te considero cooperadora del mismo Dios y sostenedora de los miembros vacilantes de su Cuerpo inefable (1Co 3,9; Rm 16,3)
9. Dime: ¿Quién no se alegraría de gozos tan envidiables? 10Pues alégrate también tú siempre en el Señor (Flp 4,1.4), carísima, 11y no te dejes envolver por ninguna tiniebla ni amargura, oh señora amadísima en Cristo, alegría de los ángeles y corona de las hermanas. 12Fija tu mente en el espejo de la eternidad, fija tu alma en el esplendor de la gloria (Hb 1,3), 13fija tu corazón en la figura de la divina sustancia (2Cor 3,18), y transfórmate toda entera, por la contemplación, en imagen de su divinidad. 14Así experimentarás también tú lo que experimentan los amigos al saborear la dulzura escondida que el mismo Dios ha reservado desde el principio para sus amadores. 15Deja de lado absolutamente todo lo que en este mundo engañoso e inestable tiene atrapados a sus ciegos amadores, y ama totalmente a quien totalmente se entregó por tu amor: 16a Aquel cuya hermosura admiran el sol y la luna, cuyos premios no tienen límites ni por su número ni por su preciosidad ni por su grandeza; 17a Aquel te digo Hijo del Altísimo, dado a luz por la Virgen, la cual siguió virgen después del parto. 18Adhiérete a su Madre dulcísima, que engendró un tal Hijo: los cielos no lo podían contener (1Re 8,27; 2Cor 2,5), 19y ella, sin embargo, lo llevó en el pequeño claustro de su vientre sagrado, y lo formó en su seno de doncella.
20. ¿Quién no detestará las asechanzas del enemigo de los hombres, el cual, por la fatuosidad de unas glorias pasajeras y engañosas, trama reducir a nada aquello que es mayor que el cielo?
21. Pues es clarísimo que, por la gracia de Dios, la más noble de sus criaturas, el alma del hombre fiel, es más que el cielo, 22los cielos, con las demás criaturas, no pueden abarcar a su Creador (2 Cor 2,5), pero el alma fiel y sólo ella viene a ser su morada y asiento, y se hace tal sólo en virtud de la caridad, de la que carecen los impíos. 23Así lo afirma la misma Verdad: "Quien me ama, será amado por mi Padre, y yo lo amaré, y vendremos a él, y moraremos en él" (Jn 14,21s). 24La gloriosa Virgen de las vírgenes lo llevó materialmente: 25tú, siguiendo sus huellas (1Pe 2,21), principalmente las de la humildad y de la pobreza, puedes llevarlo espiritualmente siempre, fuera de toda duda, en tu cuerpo casto y virginal, 26de ese modo contienes en ti a quien te contiene a ti y a los seres todos (Sb 1,7; Col 1,17), y posees con Él el bien más seguro, en comparación con las demás posesiones, tan pasajeras, de este mundo. 27Se engañan ciertos reyes y reinas mundanos, 28los cuales, aunque parece que escalan el mismo cielo con sus ambiciones, y se diría que con su testa rozan las nubes, al fin acaban pudriéndose.
29. Ahora paso a responderte a las cuestiones que me pediste te aclarara, 30a saber: "cuáles son las fiestas que acaso nuestro muy glorioso padre San Francisco nos aconsejó que celebráramos especialmente con variedad de manjares"; opino que en cierto modo es lo que piensas. 31Sepa, pues , tu prudencia que, exceptuadas las débiles y las enfermas para con las cuales nos aconsejó y ordenó que procediéramos con toda la discreción posible, proporcionándoles, cualquier género de manjares , 32ninguna de las que estamos sanas y fuertes deberíamos tomar sino comidas cuaresmales, ayunando todos los días, tanto feriales como festivos, 33fuera de los domingos y del día de Navidad, en los cuales deberíamos comer dos veces al día; 34y fuera, también, de los jueves, en los tiempos acostumbrados, en los cuales el ayuno queda a la discreción de cada una, y la que no quiere no estaría obligada. 35Pero el hecho es que nosotras las sanas ayunamos todos los días fuera de los domingos y de la Navidad. 36Y tampoco estamos obligadas a ayunar en todas las Pascuas, como lo ordena el escrito del bienaventurado Francisco, ni en las festividades de Santa María y de los Santos Apóstoles, a no ser que tales fiestas caigan en viernes. 37Pero, como queda dicho arriba, las sanas y fuertes tomamos en todo tiempo comidas cuaresmales.
38. Mas nuestra carne no es de bronce, ni nuestra fortaleza es de piedra (Job 6,12); 39sino que somos por naturaleza frágiles, y fáciles a toda flaqueza corporal. 40Digo esto porque he oído que te has propuesto un indiscreto rigor en la abstinencia, por encima de tus fuerzas. Carísima, te ruego y suplico en el Señor que desistas de él sabia y discretamente, 41y así, conservando la vida, podrás alabar al Señor y ofrecerle un obsequio espiritual y tu sacrificio condimentado con la sal de la prudencia (Rm 12,1; Lv 2,13)
42 Te deseo en todo momento salud en el Señor, como me la deseo a mi misma. Encomiéndanos en tus santas oraciones, tanto a mi como a mis hermanas.
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CUARTA CARTA DE CLARA A INÉS
1. A quien es la mitad de su alma y singular joyero de su entrañable amor, a la ilustre reina, esposa del Cordero, del Rey eterno, a la señora Inés, a su madre carísima e hija suya particular entre todas las demás: 2Clara, indigna sierva de Cristo e inútil servidora de sus siervas que moran en el monasterio de San Damián de Asís, 3le desea salud, y que, con las otras santísimas vírgenes, cante el cántico nuevo ante el trono de Dios y del Cordero, y siga al Cordero dondequiera que vaya (Ap 14,3 4; Mt 12,50).
4. ¡Oh madre e hija, esposa del Rey de todos los siglos! Aunque no te he escrito con frecuencia, como lo desean y anhelan de común acuerdo en cierto modo, tu alma y la mía, 5no te extrañes, ni creas que el fuego del amor que te tengo arde menos afectuosamente, en las entrañas de tu madre. 6Me lo ha impedido la falta de mensajeros y el evidente peligro de los caminos. 7Pero ahora, al escribirte, me alegro contigo y quedo transportada contigo en el gozo del espíritu (1Tes 1,6): 8porque tú, renunciando a todas las vanidades de este mundo, te has desposado maravillosamente como aquella otra virgen santísima, santa Inés, con el Cordero inmaculado, que quita los pecados del mundo (1Pe 1,19; Jn 1,29).
9. Dichosa realmente tú, pues se te concede participar de este connubio, y adherirte con todas las fuerzas del corazón 10a Aquel cuya hermosura admiran sin cesar todos los bienaventurados ejércitos celestiales; 11cuyo amor aficiona, cuya contemplación nutre; 12cuya benignidad llena; cuya suavidad colma; su recuerdo ilumina suavemente; 13a su perfume revivirán los muertos; su vista gloriosa hará felices a todos los ciudadanos de la Jerusalén celestial, 14porque El es esplendor de la gloria eterna, reflejo de la luz perpetua y espejo sin mancha (Hb 1,3; Sb 7,26). 15Tú, oh reina, esposa de Jesucristo, mira diariamente ese espejo, y observa constantemente en él tu rostro: 16así podrás vestirte hermosamente y del todo, interior y exteriormente, y ceñirte de preciosidades (cf. Sal 44,10) 17y adornarte juntamente con las flores y prendas de todas las virtudes, como corresponde a quien es hija y esposa castísima del Rey supremo.
18. Ahora bien, en este espejo resplandecen la bienaventurada pobreza, la santa humildad y la inefable caridad, como lo podrás contemplar en todo el espejo.
19. Mira te digo el comienzo de este espejo, la pobreza, pues es colocado en un pesebre y envuelto en pañales (Lc 2, 12). 20¡Oh maravillosa humildad, oh estupenda pobreza! 21el Rey de los ángeles, el Señor del cielo y de la tierra (Mt 11,25), es reclinado en un pesebre.
22. Y en el centro del espejo considera la humildad: por lo menos, la bienaventurada pobreza, los múltiples trabajos y penalidades que soportó por la redención del género humano.
23. Y en lo más alto del mismo espejo contempla la inefable caridad: con ella escogió padecer el leño de la cruz y morir en él con la muerte más infamante. 24Por eso el mismo espejo, colocado en el árbol de la cruz, se dirigía a los transeúntes para que se pararan a meditar: 25"¡Oh todos ustedes, que pasan por el camino, miren y vean si hay dolor semejante a mi dolor!" (Lam 1,12). 26Respondamos a una voz, con un espíritu, a quien así clama y gime: "¡No te olvidaré jamás, y mi alma agonizará dentro de mi!" (Lam 3,20). 27Y, así, te inflamarás más y más fuertemente en el fuego de la caridad, ¡Oh reina, esposa del Rey celestial!.
28. Contempla, además, sus inexpresables delicias, sus riquezas y honores perpetuos; 29y, suspirando de amor, y forzada por la violencia del anhelo de tu corazón, exclama en alta voz: 30"¡Atráeme! ¡Correremos detrás de ti al olor de tus perfumes (Ct 1,3), oh Esposo celestial! 31Correré, y no desfalleceré, hasta que me introduzcas en la bodega, 32hasta que tu izquierda esté bajo mi cabeza y tu derecha me abrace deliciosamente, y me beses con el ósculo felicísimo de tu boca" (Ct 2,4.6). 33Sumergida en esta contemplación, no te olvides de tu pobre madre, 34pues sábete que yo llevo grabado indeleblemente tu feliz recuerdo en los pliegues de mi corazón, (Prov 3,3; 2 Co 3,3), y te tengo por mi más amada, entre todas.
35. ¿Qué más? Calle la lengua de carne, en esto del amor que te profeso; lo está diciendo y expresando la lengua del espíritu. 36Sí, oh hija bendita: pues de ningún modo mi lengua de carne podría expresar más plenamente el amor que te tengo, ha dicho eso que he escrito, balbuciendo. 37Te ruego que tomes mis palabras con benignidad y devoción, mirando en ellas, al menos, el afecto de madre que te profeso a ti y a tus hijas ardiendo en su amor cada día. Encomiéndame a esas hijas tuyas muy encarecidamente, en Cristo, a mi, y a mis hijas. 38También mis hijas, especialmente la prudentísima virgen Inés, nuestra hermana, se encomiendan a ti y a tus hijas cuanto pueden, en el Señor.
39. Adiós, hija carísima, con tus hijas, hasta el trono de la gloria del gran Dios. Y oren por nosotras. 40Por las presentes recomiendo a tu caridad, en cuanto puedo, a los que te las llevan, el hermano Amado, querido de Dios y de los hombres (Eclo 45,1), y el hermano Buenaventura, muy apreciados de nosotras. Amén.
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REGLA DE SANTA CLARA

CAPITULO I
EN EL NOMBRE DEL SEÑOR COMIENZA LA FORMA DE VIDA DE LAS HERMANAS POBRES

1La forma de vida de la Orden de las hermanas pobres, instituida por el bienaventurado Francisco, es ésta: guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, 2viviendo en obediencia, sin nada propio y en castidad.
3Clara, sierva indigna de Cristo y plantita del benditísimo padre Francisco, promete obediencia y reverencia al señor Papa Inocencio y a sus sucesores elegidos canónicamente, y a la Iglesia romana. 4Y así como al principio de su conversión, a una con sus hermanas, prometió obediencia al bienaventurado Francisco, de la misma manera promete a sus sucesores observar de modo inviolable idéntica obediencia. 5Y las demás hermanas estén siempre obligadas a obedecer a los sucesores del bienaventurado Francisco, a la hermana Clara, y a las demás abadesas, que, canónicamente elegidas, le sucedieren.
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CAPITULO II
LAS QUE QUIEREN TOMAR ESTA VIDA Y CÓMO DEBEN SER RECIBIDAS

1Si alguna, por inspiración divina, viene a nosotras con deseo de abrazar esta vida, la abadesa pida, de obligación, el consentimiento de todas las hermanas; 2y si la mayor parte consiente, habida licencia de nuestro señor cardenal protector, pueda recibirla.
3Y si tiene a bien recibirla, examínela diligentemente o haga que sea examinada sobre la fe católica y los sacramentos de la Iglesia. 4Y si cree todo esto y quiere profesarlo fielmente, y guardarlo firmemente hasta el fin, 5y no tiene marido, o, en el caso de tenerlo ha entrado ya en religión, con la autorización del obispo diocesano, emitido ya el voto de continencia, 6y no teniendo impedimento alguno, por edad avanzada o deficiencia mental, para poder observar esta vida, 7expóngasele con diligencia el tenor de la misma.
8Y si se la estima apta, díganle la palabra del santo Evangelio: Que vaya y venda (Mt 19,21) todas sus cosas y procure distribuírselas a los pobres 9y, si no puede hacerlo, le es suficiente la buena voluntad. 10Y guárdense la abadesa y sus hermanas de tener solicitud por sus cosas temporales, a fin de que haga libremente de las mismas lo que el Señor le inspire. 11Con todo, si se precisa un consejo, remítanla a algunas personas discretas y temerosas de Dios, con cuyo consejo distribuya sus bienes a los pobres.
12Después, cortados los cabellos en redondo y dejado el vestido seglar, concédanle tres túnicas y el manto.
13Y, en adelante, no se le permita salir fuera del monasterio sin una causa útil, razonable, manifiesta, que merezca aprobación.
14Y, cumplido el año de la probación, sea recibida a la obediencia, prometiendo guardar siempre esta vida y forma de nuestra pobreza.
15A ninguna se le conceda el velo durante el año de probación. 16Para comodidad y honestidad del servicio y el trabajo, las hermanas puedan tener también manteletas. 17Y la abadesa provéalas con discreción de vestiduras, ateniéndose a las condiciones de las personas y a los lugares, tiempos y frías regiones, como vean que lo aconseja la necesidad.
18A las jovencitas recibidas en el monasterio antes de la edad legal córtenles en redondo los cabellos 19y, dejado el traje seglar, pónganles un hábito religioso, según el parecer de la abadesa. 20Y cuando alcanzaren la edad competente, vestidas lo mismo que las demás, hagan su profesión.
21Y la abadesa provea solícitamente, tanto a éstas como a las demás novicias, de una maestra escogida entre las más discretas del monasterio. 22Dicha maestra las instruirá con diligencia sobre la santidad de la vida y buenas costumbres, pero según la forma de nuestra profesión.
23Para el examen y admisión de las hermanas que han de servir fuera del monasterio obsérvese la forma predicha. Y éstas podrán usar calzado.
24Ninguna habite con nosotras en el monasterio si no fuere recibida según la forma de nuestra profesión.
25Y por amor del santísimo y amadísimo Niño, envuelto en pobrísimos pañales y reclinado en el pesebre (Lc 2,7-12), y de su santísima Madre, amonesto, ruego y exhorto a mis hermanas que se vistan siempre de vestiduras viles.
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CAPITULO III
EL OFICIO DIVINO Y EL AYUNO, LA CONFESIÓN Y COMUNIÓN

1Las hermanas que saben leer recen el oficio divino según la costumbre de los hermanos menores, por lo que pueden tener breviarios, leyendo sin canto.
2Y las que por alguna causa razonable no pudieren alguna vez rezar la horas leyendo, recen los padrenuestros como las demás hermanas.
3Y las que no saben leer digan veinticuatro padrenuestros por maitines; por laudes, cinco; por prima, tercia, sexta y nona, 4por cada una de estas horas, siete; por vísperas, doce, y por completas, siete. 5Recen también por los difuntos siete padrenuestros con el requiem aeternam por vísperas y doce por maitines, 6cuando las hermanas que saben leer estén obligadas a rezar el oficio de difuntos. 7Y, cuando falleciere alguna hermana de nuestro monasterio, recen cincuenta padrenuestros.
8Las hermanas ayunen en todo tiempo. 9Pero en cualquier día en que cayere la Navidad del Señor pueden tomar dos refecciones. 10Las jovencitas débiles y la que sirven fuera del monasterio sean dispensadas con misericordia, según el criterio de la abadesa. 11Con todo, en tiempo de manifiesta necesidad no estén obligadas las hermanas al ayuno temporal.
12Confiésense al menos dos veces al año, con permiso de la abadesa, 13y guárdense entonces de emplear palabras que no se relacionen con la confesión y el bien de sus almas.
14Comulguen siete veces, esto es: el día del nacimiento del Señor, el Jueves Santo, el día de la Resurrección del Señor, el de Pentecostés, el de la Asunción de la Bienaventurada Virgen, en la fiesta de San Francisco, y en la de Todos los Santos. 15Permítasele al capellán celebrar dentro, para dar la comunión a las hermanas, tanto sanas como enfermas.
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CAPITULO IV
LA ELECCIÓN Y OFICIO DE LA ABADESA, EL CAPÍTULO Y LAS OFICIALAS Y DISCRETAS

1En la elección de la abadesa las hermanas deben guardar la forma canónica.
2Y procuren con diligencia que esté presente el ministro general o provincial de la Orden de los hermanos menores, 3para que con la Palabra de Dios las impulse a la perfecta concordia y común utilidad al realizar la elección.
4Y no se elija sino una profesa. 5Y si fuere elegida o dada de otro modo una no profesa, no se le preste obediencia antes de que profese la forma de nuestra pobreza.
6En faltando la abadesa, hágase la elección de otra. 7Y si en algún momento pareciere a la totalidad de las hermanas que la elegida es insuficiente para el servicio y común utilidad, 8estén obligadas las sobredichas hermanas a elegir otra para abadesa y madre. Y esto han de hacerlo cuanto antes puedan y siempre en la forma ya indicada.
9Y la elegida considere qué carga ha tomado sobre sí, y a quién ha de dar cuenta de la grey que se le ha encomendado. 10Esfuércese también en presidir a las demás con las virtudes y buenas costumbres antes que con el oficio, para que las hermanas, estimuladas por su ejemplo, le obedezcan más por amor que por temor. 11No tenga preferencias particulares, no sea que, amando más a una que a otras, acabe escandalizando a todas. 12Consuele a las afligidas. Sea el último refugio de las atribuladas. No suceda que por no hallar remedios saludables en ella se apodere de las enfermas el mal de la desesperación. 13Observe en todo la vida común, principalmente en la iglesia, dormitorio, refectorio, enfermería y vestido; 14y esto mismo guarde también obligatoriamente su vicaria.
15La abadesa llame a sus hermanas a capítulo al menos una vez cada semana. 16En él, tanto ella como las hermanas deben acusarse humildemente de las ofensas y negligencias comunes y públicas. 17Y delibere con todas sus hermanas sobre los asuntos a tratar para utilidad y bien del monasterio, 18pues muchas veces lo mejor es revelado por el Señor a la que es menor.
19No contraiga deuda alguna grave sin el consentimiento común de las hermanas y sin necesidad manifiesta. Y esto hágalo por medio de un procurador.
20Y cuídense la abadesa y sus hermanas de recibir en el monasterio depósito alguno, 21porque de ahí surgen con frecuencia turbaciones y escándalos.
22Para conservar la unión del mutuo amor y la paz, elíganse de común acuerdo con todas las hermanas todas las oficialas del monasterio. 23Y elíganse de la misma manera ocho hermanas al menos entre las más discretas, de cuyo consejo esté obligada a servirse siempre la abadesa en todo aquello que exige nuestra forma de vida. 24Las hermanas puedan y deban también remover alguna vez de su cargo a las oficialas y discretas, y elegir otras en su lugar si les pareciere útil y conveniente.
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CAPITULO V
EL SILENCIO, EL LOCUTORIO Y LA REJA

1Las hermanas, excepto las que sirven fuera del monasterio, guarden silencio desde la hora de completas hasta la de tercia. 2Igualmente, observen siempre silencio en la iglesia, en el dormitorio y en el refectorio durante las comidas. 3En la enfermería, sin embargo, las hermanas podrán hablar siempre, con discreción y para recreo y servicio de las enfermas. 4Asimismo, pueden siempre y en todas partes insinuar brevemente y con voz queda cuanto es necesario.
5No se permita a las hermanas hablar en el locutorio o en la reja sin licencia de la abadesa o de su vicaria. 6Y las que van con permiso al locutorio, no rompan a hablar mientras no estén presentes y la escuchen dos hermanas. 7Y no se permitan ir a la reja si no están presentes al menos tres hermanas designadas por la abadesa. 8Asimismo, la abadesa y su vicaria cumplan obligatoriamente esta norma respecto al hablar. 9Y en la reja rarísimante se hable, en la puerta, nunca.
10A la reja póngasele por dentro un paño que no se corra sino cuando se predique la Palabra de Dios o cuando alguna tenga que hablar con alguien. 11Asimismo tendrá una puerta de madera con dos cerraduras distintas de hierro. Esté muy bien asegurada con sus batientes y cerrojos. 12Máxime de noche, ciérrese con dos llaves, una de las cuales ha de guardar la abadesa y la otra, la sacristana. 13Y esté siempre cerrada, al menos cuando se asiste al oficio divino y por las causas antedichas.
14En la reja nadie hablará jamás con nadie antes de la salida del sol o después de su ocaso.
15En el locutorio póngase también un paño por dentro, que no se quite nunca.
16En la cuaresma de San Martín y en la cuaresma mayor no hable ninguna en el locutorio si no es para confesarse con el sacerdote, o por otra necesidad manifiesta. Esto se deja a la prudencia de la abadesa o de su vicaria.
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CAPITULO VI
NO TENGAN POSESIONES

1Después que el Altísimo Padre celestial, por su gracia, se dignó iluminar mi corazón, para que, a ejemplo y según la doctrina de nuestro beatísimo padre san Francisco, hiciese yo penitencia poco después de su conversión, le prometí obediencia voluntariamente junto con mis hermanas.
2Y viendo el bienaventurado padre que no nos arredaban la pobreza, el trabajo, la tribulación, la afrenta, el desprecio del mundo, antes al contrario, que considerábamos todas esas cosas como grandes delicias, nos redactó la forma de vida en estos términos:
3"Ya que, por divina inspiración, se han hecho hijas y siervas del Altísimo sumo Rey Padre celestial y se han desposado con el Espíritu Santo, eligiendo vivir según la perfección del Santo Evangelio, 4quiero y prometo dispensarles siempre, por mí mismo y por mis hermanos, y como a ellos, un amoroso cuidado y una especial solicitud".
5Lo que cumplió diligentemente mientras vivió, y quiso que sus hermanos hiciesen siempre lo mismo.
6Y para que ni nosotras, ni cuantas nos habrían de suceder, nos separáramos jamás de la pobreza que abrazamos, poco antes de su muerte nos volvió a escribir su última voluntad diciéndonos:
7"Yo el hermano Francisco, pequeñuelo, quiero seguir la vida y la pobreza de nuestro Señor Jesucristo y de su Santísima Madre y perseverar en ella hasta el fin; 8y les ruego, mis señoras, y les aconsejo que vivan siempre en esta santísima vida y pobreza. 9Y estén muy alertas para que de ninguna manera se aparten jamás de ella por la enseñanza o consejo de quien sea".
10Y como yo, a una con mis hermanas, siempre fui celosa en guardar la santa pobreza que prometimos al Señor Dios y al bienaventurado Francisco, 11las abadesas que me sucedieren en el oficio y todas las demás hermanas están obligadas de la misma manera a guardarla inviolablemente hasta el fin, 12es decir, no teniendo ni recibiendo, por sí o por interpuesta persona, posesión o propiedad 13ni nada que razonablemente pueda considerarse como propiedad, 14a no ser aquella porción de tierra exigida por la necesidad en razón del decoro y del aislamiento del monasterio. 15Y este terreno no se cultive sino como huerto para la atención de las necesidades de las hermanas del monasterio.
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CAPITULO VII
MODO DE TRABAJAR

1Aquellas hermanas a quienes el Señor ha dado la gracia del trabajo, después de la hora de tercia, ocúpense fiel y devotamente en un trabajo honesto y de común utilidad, 2de forma tal, que, evitando la ociosidad, enemiga del alma no apaguen el espíritu de la santa oración y devoción (1Tes 5,19), a cuyo servicio deben estar las demás cosas temporales.
3Y la abadesa o su vicaria distribuyan, en capítulo y ante todas, los trabajos manuales. 4Otro tanto se haga al recibir limosnas para cubrir las necesidades de las hermanas, a fin de que en común se haga memoria de los donantes. 5Y la abadesa o su vicaria, aconsejadas por las discretas, distribuyan todo ello para utilidad común.
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CAPITULO VIII
NADA SE APROPIEN LAS HERMANAS, LA MENDICACIÓN Y LAS HERMANAS ENFERMAS

1Las hermanas no se apropien nada para sí, ni casa, ni lugar, ni cosa alguna. 2Y, cual peregrinas y forasteras en este siglo, que sirven al Señor en pobreza y humildad, vayan por limosna confiadamente. 3Y no tienen por qué avergonzarse, pues el Señor se hizo pobre por nosotras en este mundo.
4Esta es la excelencia de la altísima pobreza, la que a ustedes, mis queridísimas hermanas, las ha constituido en herederas y reinas del reino de los cielos, las ha hecho pobres en cosas y las ha sublimado en virtudes. 5Sea ésta su porción, la que conduce a la tierra de los vivientes. 6Adheridas enteramente a ella, hermanas amadísimas, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo y de su santísima Madre, jamás tengan otra cosa bajo el cielo.
7A ninguna hermana se permita enviar cartas, recibir algo o regalarlo fuera del monasterio sin licencia de la abadesa. 8Tampoco tenga cosa alguna que no se la halla dado o permitido la abadesa. 9Y si los parientes u otras personas les mandan algo, la abadesa disponga que se le entregue. 10Y si ella tiene necesidad, podrá utilizarlo; y si no, particípelo caritativamente con otra hermana necesitada. 11Pero si le envían dinero, la abadesa, con el consejo de las discretas, cuide que se le provea de aquello que necesite.
12Respecto a las hermanas enfermas, la abadesa esté firmemente obligada a averiguar con solicitud por sí o por medio de otras cuanto se refiere a consejos, alimentos y demás cosas necesarias que exija su enfermedad 13y a proveerlas caritativa y misericordiosamente, según las posibilidades del lugar. 14Y todas están obligadas a atender y servir a sus hermanas enfermas como querrán que se les sirva cuando ellas caigan enfermas.
15Y exponga confiadamente la una a la otra su necesidad, 16porque si la madre nutre y quiere a su hijo carnal, ¿cuánto más amorosamente debe cada una querer y nutrir a su hermana espiritual?
17Las enfermas descansen en jergones de paja y tengan para la cabeza almohadas de plumas, 18y las que necesiten escarpines y colchones, pueden usarlos.
19Y dichas enfermas, al ser visitadas por los que entran en el monasterio, pueden responder individualmente a quienes les hablan diciéndoles con brevedad algunas buenas palabras. 20Y las demás hermanas que tienen licencia para hablar no se atrevan a hacerlo con los que entran en el monasterio si no se hallan presentes y la escuchan dos hermanas discretas designadas por la abadesa o su vicaria. 21Y la abadesa y su vicaria estén obligadas ellas mismas a observar esta forma de hablar.
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CAPITULO IX
LA PENITENCIA QUE SE HA DE IMPONER A LAS HERMANAS QUE PECAN.
LAS HERMANAS QUE SIRVEN FUERA DEL MONASTERIO

1Si alguna hermana, por instigación del enemigo, peca mortalmente contra la forma de nuestra profesión y, amonestada dos o tres veces por la abadesa o por otras hermanas, 2no se enmienda, cuantos días permanezca contumaz, coma sobre el suelo del refectorio y ante las demás hermanas, sólo pan y agua, 3sea sometida a pena más grave si así pareciera a la abadesa. 4Y mientras se obstine en su contumacia, hágase oración para que el Señor mueva su corazón a penitencia.
5Y tanto la abadesa como sus hermanas deben evitar airarse y conturbarse por el pecado que alguna comete, 6porque la ira y la conturbación impiden en sí y en las demás la caridad.
7Si sucede, lo que Dios no permita, que entre hermana y hermana se da en alguna ocasión motivo de perturbación o escándalo, de palabra o por señas, 8la que ha sido causa de la turbación, de inmediato y antes de que presente la ofrenda de su oración al Señor, no sólo se prosterne con humildad a los pies de la otra pidiéndole perdón, 9sino que también ha de rogarle con la misma humildad que pida por ella al Señor para que la perdone. 10Y la ofendida, acordándose de aquellas palabras del Señor: si no perdonaran de corazón, tampoco su Padre celestial los perdonará (Mt 6,15; 18,35), 11perdone con generosidad a su hermana toda injuria.
12Las hermanas que sirven fuera del monasterio no permanezcan demasiado tiempo fuera del mismo a no ser que lo exija una manifiesta necesidad. 13Pórtense honestamente y hablen poco, a fin de que puedan servir siempre de edificación a quienes las contemplan. 14Guárdense firmemente de tener sospechosas compañías ni relaciones con nadie. 15Ni sean comadres de hombres o de mujeres, no sea que por este motivo se origine murmuración o turbación.
16Tampoco se atrevan a esparcir en el monasterio las noticias del siglo. 17Y estén firmemente obligadas a no contar fuera del monasterio nada de lo que se dice o hace dentro del mismo y que pueda dar pie al escándalo. 18Y a la que faltare en cualquiera de estas dos cosas por simpleza, la abadesa, con el consejo de las discretas, impóngale penitencia con misericordia. 19Pero si alguna lo hiciere por viciosa costumbre, la abadesa, con el concejo de las discretas, impóngale la penitencia correspondiente a la categoría de la culpa.
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CAPITULO X
LA AMONESTACIÓN Y CORRECCIÓN DE LAS HERMANAS

1La abadesa exhorte y visite a sus hermanas, y corríjalas humilde y caritativamente y no les mande nada que esté en contra de su alma y de nuestra profesión. 2Pero las hermanas, que son súbditas, recuerden que renunciaron por Dios a los propios quereres. 3Por lo cual les mando firmemente que obedezcan a sus abadesas en todo lo que al Señor prometieron guardar y no está en contra del alma y de nuestra profesión.
4Y la abadesa tenga para con ellas una familiaridad tan grande, que puedan las hermanas hablar y comportarse con la abadesa como las señoras a sus siervas; 5pues así debe ser, que la abadesa sea sierva de todas las hermanas.
6Amonesto y exhorto en el Señor Jesucristo a que se guarden las hermanas de toda soberbia, vanagloria, envidia, avaricia, preocupación y solicitud de este mundo (Mt 13,22; Lc 12,15; 21,34), difamación y murmuración, disensión y división. 7Por el contrario, muéstrense siempre celosas por mantener entre todas la unidad del mutuo amor, que es vínculo de perfección.
8Y no se preocupen de hacer estudios las que no los hayan hecho. 9Aplíquense, en cambio, a lo que por encima de todo deben anhelar: tener el Espíritu del Señor y su santa operación, 10orar continuamente al Señor con un corazón puro, y tener humildad y paciencia en la persecución y en la enfermedad, 11y amar a los que nos persiguen y reprenden y acusan, 12porque dice el Señor: Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
13Y el que perseverare hasta el fin, éste será salvo (Mt 5,10; 10,22).
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CAPITULO XI
LA GUARDA DE LA CLAUSURA

1La portera sea madura de costumbres, discreta, de edad conveniente, y durante el día permanezca en su puesto, en una celda abierta y sin puerta. 2Asígnesele una compañera idónea, que, cuando fuera necesario, haga sus veces en todo.
3La puerta esté muy bien asegurada con dos cerraduras distintas de hierro, con batientes y cerrojos; 4máxime de noche, esté cerrada con dos llaves, una de las cuales téngala la portera y la otra la abadesa. 5De día no se deje nunca sin vigilancia, y esté firmemente cerrada con una llave.
6Vigilen con sumo cuidado y procuren que la puerta nunca esté abierta salvo si las circunstancias lo aconsejan y entonces el menor tiempo posible. 7De ninguna manera se abra a quien quiera entrar, excepto a aquel que tenga autorización concedida por el sumo pontífice o por nuestro señor cardenal. 8Ni permitan las hermanas que entre alguien antes de la salida del sol o que permanezca en su interior después del ocaso a no ser que lo exija una causa manifiesta, razonable e inevitable.
9Si para la bendición de la abadesa o para la profesión de alguna de las hermanas, o por otra causa, le fuera concedido a algún obispo celebrar misa dentro del monasterio, conténtese con el menor número de servidores y ministros y que éstos sean de los más honestos.
10Y cuando sea necesario que alguien entre al monasterio para hacer alguna obra, la abadesa procure con diligencia poner a la puerta una persona adecuada, 11que la abra únicamente a los empleados en la obra y no a otros. 12En dicho caso, las hermanas eviten cuidadosamente dejarse ver de los que entraren.
Al sumario

CAPITULO XII
EL VISITADOR, EL CAPELLÁN Y EL CARDENAL PROTECTOR

1Nuestro visitador sea siempre de la orden de los hermanos menores, de acuerdo con la voluntad y mandato de nuestro cardenal. 2Y sea de tal índole que se tenga plena garantía de su probidad y buenas costumbres. 3Le corresponde por oficio corregir los abusos cometidos contra la forma de nuestra profesión, tanto en la cabeza como en los miembros. 4Y permítasele hablar con todas y cada una en un local donde pueda ser visto sobre los asuntos propios de la visita, según le pareciere más conveniente.
5 Así como misericordiosamente hemos tenido siempre un capellán con un compañero clérigo de buena fama y prudente discreción, 6y dos hermanos laicos, amantes de la santidad y honestidad de la vida religiosa, para ayuda de nuestra pobreza, pertenecientes todos ellos a la dicha orden de hermanos menores, 7pedimos a la misma orden que continúe otorgándonos esta gracia, por el amor de Dios y del bienaventurado Francisco.
8No le es lícito al capellán entrar en el monasterio sin su compañero; 9y cuando entren ambos, estén en lugar público, de modo que puedan verse siempre el uno al otro, y ser vistos de las demás. 10Puedan entrar para confesar a las enfermas que están impedidas de ir al locutorio, para administrarles la comunión y la extremaunción y la recomendación del alma. 11Para las exequias y misas solemnes de difuntos, para abrir la sepultura o prepararlas, puedan entrar también las personas que, a juicio de la abadesa, son idóneas y suficientes.
12Además: las hermanas estén firmemente obligadas a tener siempre como protector, gobernador y corrector suyo, a aquel cardenal de la santa Iglesia romana que, con idéntica función, designe el señor papa a los hermanos menores; 13para que, siempre sumisas y sujetas a los pies de la misma santa Iglesia, firmes en la fe católica, guardemos la pobreza y humildad de nuestro Señor Jesucristo y de su santísima Madre y el santo Evangelio que firmemente prometimos.
Al sumario
TESTAMENTO DE SANTA CLARA
1. En el nombre del Señor. Amén.
2. Del Padre de las misericordias (2 Co 1,3), del que lo otorga todo abundantemente, recibimos y estamos recibiendo a diario beneficios por los cuales estamos más obligadas a rendir gracias al mismo glorioso Padre. Entre ellos se encuentra el de nuestra vocación; 3cuanto más perfecta y mayor es ésta, tanto es más lo que a El le debemos. 4Por eso dice el Apóstol: Conoce tu vocación (1Co 1,26). 5El Hijo de Dios se ha hecho para nosotras camino, y nuestro bienaventurado padre Francisco, verdadero enamorado e imitador suyo, nos lo ha mostrado y enseñado de palabra y con el ejemplo (1Tim 4,12).
6. Es, pues, deber nuestro, hermanas queridas, tomar en consideración los inmensos beneficios que Dios nos ha concedido; 7y, entre todos, los que por medio de su servidor, nuestro amado padre el bienaventurado Francisco, se ha dignado realizar en nosotras, 8no sólo después de nuestra conversión, sino incluso cuando vivíamos en las miserables vanidades del siglo. 9Cuando el Santo no tenía aun hermanos ni compañeros, casi inmediatamente después de su conversión, 10mientras edificaba la iglesia de San Damián, en la que había experimentado plenamente el consuelo divino y se había sentido impulsado al abandono total del siglo, 11inundado de gran gozo e iluminado por el Espíritu Santo profetizó acerca de nosotras lo que el Señor cumplió más tarde. 12Encaramándose sobre el muro de dicha iglesia, en lengua francesa y en alta voz decía a algunos pobres que vivían en las proximidades: 13"Vengan y ayúdenme en la obra del monasterio de San Damián, 14pues con el tiempo morarán en él unas señoras, con cuya famosa y santa vida religiosa será glorificado nuestro Padre celestial en toda su santa iglesia (Mt 5,16)
15. En esto podemos ver la copiosísima bendición otorgada por Dios a nosotras: 16por su abundante misericordia y caridad tuvo a bien decir estas cosas por medio de su Santo sobre nuestra vocación y elección (2Pe 1,10). 17Y nuestro beatísimo padre Francisco las profetizó no sólo de nosotras, sino también de aquellas otras que habrían de abrazar la santa vocación, a la que nos llamó el Señor.
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18. ¡Con cuánta solicitud y con cuánto empeño del alma y del cuerpo no debemos cumplir los mandamientos de Dios y de nuestro Padre, para ofrecerle, con la ayuda del Señor, multiplicado el talento recibido! (Mt 25,15 23). 19Pues el mismo Señor nos puso a nosotras como modelo para ejemplo y espejo no sólo ante los demás, sino también ante nuestras hermanas, las que fueron llamadas por el Señor a nuestra vocación, 20con el fin de que ellas a su vez sean espejo y ejemplo para los que viven en el mundo. 21Porque el Señor nos ha llamado a cosas tan grandes que en nosotras se puedan mirar aquellas que son espejo y ejemplo para los demás; 22estamos muy obligadas a bendecirle y alabarle y a confortarnos más en él para obrar el bien. 23Así pues, si vivimos según la sobredicha forma, dejaremos a los demás un noble ejemplo, y con poquísimo trabajo nos granjearemos el premio de la eterna bienaventuranza.
24. El Altísimo Padre celestial, por su misericordia y gracia, se dignó iluminar mi corazón para que, a ejemplo y según la doctrina de nuestro beatísimo padre Francisco, poco después de su conversión, hiciese yo penitencia. 25Y, a una con las pocas hermanas que el Señor me había dado en seguida de mi conversión, voluntariamente le prometí obediencia, 26 según la luz de la gracia que el Señor nos había dado por medio de su vida maravillosa y de su doctrina. 27Y mucho se gozó en el Señor el bienaventurado Francisco al ver que, aun siendo nosotras débiles y frágiles corporalmente, no rehusamos indigencia, ni desprecio del mundo,28sino que más bien considerábamos todas estas cosas como grandes delicias, según lo había comprobado fuertemente examinándonos con los ejemplos de lo Santos y de sus hermanos. 29Y movido a piedad para con nosotras, como si de sus hermanos se tratara, se comprometió a tener, por sí mismo y por su religión, un cuidado diligente y una solicitud especial en favor nuestro.
30. Y así, por voluntad del Señor y de nuestro beatísimo padre Francisco, fuimos a morar junto a la iglesia de San Damián; 31en este lugar, el Señor, por su misericordia y gracia, hizo crecer nuestro número en un corto espacio de tiempo, para que así se cumpliera lo que el Señor había predicho por su Santo. 32Antes habíamos estado breve tiempo en otro lugar.
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33. Luego escribió para nosotras la forma de vida; principalmente, para que perseverásemos siempre en la santa pobreza. 34. Y no se contentó durante toda su vida con exhortarnos con muchas pláticas (Hch 20,2) y ejemplos al amor y a la observancia de la santísima pobreza, sino que nos entregó varios escritos, para que de ninguna manera nos apartáramos de ella después de su muerte,35como nunca quiso el Hijo de Dios separarse de la misma santa pobreza durante su vida en este mundo. 36Y nuestro beatísimo padre Francisco, imitando sus huellas (1Pe 2,22), su santa pobreza, la que escogió para sí y sus hermanos, en modo alguno se desvió de ella mientras vivió ni con el ejemplo ni con la doctrina.
37. Yo, Clara, servidora, aunque indigna, de Cristo y de las hermanas pobres del monasterio de San Damián, a la vez que verdadera plantita de san Francisco, y mis demás hermanas hemos reflexionado sobre nuestra altísima profesión y el mandato de tan gran padre; 38nos hemos percatado también de la fragilidad de las demás y la hemos temido en nosotras para el momento en que muriese nuestro santo padre Francisco, columna nuestra, nuestro único consuelo después de Dios, y el que daba firmeza a nuestra vida.39Todo ello nos ha inducido a comprometernos una y otra vez con nuestra señora la santísima pobreza, con el objeto de que, después de mi muerte, no puedan en manera alguna separarse de ella ni las hermanas actuales ni las futuras.
40. Y así como yo fui siempre diligente y solícita en observar la santa pobreza que prometimos al Señor y a nuestro padre Francisco, y en hacer que las demás la observaran, 41las que me han de suceder en el oficio quedan obligadas a observarla y a hacerla observar por las otras. 42Más aún: para mayor cautela me preocupé de que el señor Papa Inocencio, en cuyo pontificado comenzó nuestro género de vida, y otros sucesores suyos reforzaran con sus privilegios nuestra profesión de santísima pobreza, que prometimos al Señor y a nuestro Padre, 43para que nunca y en modo alguno nos apartáramos de ella.
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44. Por lo cual, de rodillas, postrada interior y exteriormente, confío a la santa Madre Iglesia romana, al sumo pontífice y especialmente al señor cardenal que fuere designado para la religión de los Hermanos Menores y para nosotras, todas mis hermanas actuales y venideras; 45para que, por amor de aquel Señor que fue recostado pobremente en el pesebre (Lc 2,12), pobremente vivió en el mundo y desnudo permaneció en el patíbulo, 46vele siempre para que esta pequeña grey (Lc 12,32) -que el Señor Padre engendró en su santa Iglesia por medio de la palabra y el ejemplo de nuestro bienaventurado padre san Francisco y por la pobreza y humildad que practicó en seguimiento de la del amado Hijo de Dios y de la gloriosa Virgen María su Madre-, 47observe la santa pobreza que prometimos a Dios y a nuestro beatísimo padre Francisco y tenga a bien animar a las mencionadas hermanas y conservarlas en ella.
48. Por don del Señor, nuestro beatísimo padre Francisco nos fundó, nos plantó y nos ayudó en el servicio de Cristo y en lo que prometimos a Dios y a nuestro Padre; como plantita suya que éramos, 49fue en vida solícito en cultivarnos y alentarnos siempre de palabra y obra. 50Por lo cual, encomiendo y confío mis hermanas, presentes y futuras, al sucesor del bienaventurado padre Francisco y a toda la religión 51y les ruego que nos ayuden a progresar de continuo en el servicio de Dios y especialmente en una observancia más fiel de la santísima pobreza.
52. Pero si un día ocurre que las dichas hermanas abandonan el mencionado lugar y se trasladan a otro, sepan que, después de mi muerte y dondequiera que se encuentren, están obligadas a la antedicha forma de pobreza, que prometimos a Dios y a nuestro beatísimo padre Francisco. 53Y sean muy solícitas y cuidadosas, tanto la que ocupará mi oficio como las otras hermanas, de no adquirir o recibir en torno al sobredicho lugar más terreno del estrictamente necesario para un huerto en que se cultiven hortalizas. 54Y si alguna vez, a causa del decoro del monasterio y en razón de su aislamiento, se precisara más terreno fuera del cerco de la huerta, no se permita adquirir sino lo que una extrema necesidad exigiere. 55Y en modo alguno labren ni siembren esta tierra; por el contrario, ténganla siempre virgen y sin cultivar.
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56. Amonesto y exhorto en el Señor Jesucristo a todas mis hermanas, presentes y futuras, que se esfuercen siempre en imitar el camino de la santa sencillez, humildad y pobreza, como también el decoro de su santa vida religiosa, 57según fuimos instruidas por nuestro bienaventurado padre Francisco desde el inicio de nuestra conversión a Cristo. 58Mediante todo esto, no por mérito nuestro sino por sólo su misericordia y gracia de su benignidad, el Padre de las misericordias (2Cor 1,3; 2,15) difundió la fragancia de la buena fama tanto para las que están lejos como para las que están cerca.
59. Y amándose mutuamente con la caridad de Cristo, muestren exteriormente por las obras el amor que interiormente las alienta, 60a fin de que, estimuladas las hermanas con este ejemplo, crezcan siempre en el amor de Dios y en la caridad recíproca.
61. Ruego también a la que haya de cuidarse de las hermanas, se esmere más en ser la primera no tanto por el oficio cuanto por las virtudes y santas costumbres; 62de modo que, movidas las hermanas por su ejemplo, no obedezcan sólo en razón del oficio, sino más bien por amor. 63Y como una buena madre con sus hijas, sea también próvida y discreta para con sus hermanas; 64y sobre todo procure proveerlas de las limosnas que Dios les diere según las necesidades de cada una.
65. Sea también tan benigna y tan de todas, que tranquilamente puedan éstas manifestarle sus necesidades
66. y recurrir a ella en todo momento, con confianza, como les pareciere conveniente, tanto en favor suyo como en el de sus hermanas.
67. Y las hermanas, que son súbditas, recuerden que por Dios renunciaron a sus propios quereres. 68Por eso quiero que obedezcan a su Madre, según prometieron al Señor espontánea y voluntariamente; 69a fin de que, viendo la Madre la caridad, humildad y unidad que mutuamente se profesan, soporte más fácilmente toda la carga que tolera por oficio; 70y para que lo molesto y amargo se le convierta en dulzura por la santa vida de las hermanas.
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71. Estrecho es el camino y estrecha es la senda; y angosta es la puerta por la que se va a la vida y por la que se introduce en ella (Mt 7,14). Por esto son pocos lo que recorren tal camino y entran por tal puerta; 72y si hay algunos que durante cierto tiempo van por ese camino, son poquísimos lo que perseveran en él.73Pero dichosos aquellos a los que les ha sido dado andar esa senda y perseverar en ella hasta el fin (Mt 10,22)
74. Por consiguiente, si hemos entrado por la vía del Señor, cuidémonos de no apartarnos jamás de la misma en modo alguno por nuestra culpa, negligencia e ignorancia, 75para no inferir injuria a tan gran Señor y a su Madre la Virgen, y a nuestro bienaventurado padre Francisco, y a la Iglesia triunfante y militante.76Pues escrito está: Malditos lo que se apartan de tus mandamientos.(Sal 118,21)
77. Por eso, doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo (Ef 3,14) y me acojo a los méritos de la gloriosa Virgen santa María su Madre, de nuestro beatísimo padre Francisco y de todos los santos, 78para que el mismo Señor que dio un comienzo bueno, conceda el incremento y dé también siempre la perseverancia final. Amén.
79. Para que mejor pueda ser observado este escrito, se los confío, carísimas y amadísimas hermanas, presentes y futuras, en señal de la bendición del Señor y de nuestro beatísimo padre Francisco y de la bendición de su madre y servidora.
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BENDICIÓN DE SANTA CLARA

1 - En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
2 - El Señor las bendiga y las guarde;
3 - les muestre su faz y tenga misericordia de ustedes;
4 - les vuelva su rostro y les dé su paz, hermanas e hijas mías, a ustedes,
5 - y a todas las que han de venir y permanecer en su comunidad y a todas las demás, tanto presentes como futuras, que han de perseverar hasta el fin en todos los otros monasterios de las Damas Pobres.
6 - Yo Clara , servidora de Cristo y pequeña planta de nuestro padre San Francisco, hermana y madre suya y de las demás hermanas pobres, aunque indigna,
7 - ruego a nuestro Señor Jesucristo que, por su misericordia y por la intercesión de su santísima Madre santa María, del bienaventurado san Miguel Arcángel y de todos los santos Ángeles, de nuestro bienaventurado padre san Francisco y de todos los Santos y Santas de Dios,
8 - el mismo Padre celestial les dé y confirme esta su santísima bendición en el cielo y en la tierra;
9 - en la tierra, multiplicándolas en gracia y en virtudes entre sus siervos y siervas en su iglesia militante;
10 - en el cielo, ensalzándolas y glorificándolas entre sus Santos y Santas en su Iglesia triunfante.
11 - Las bendigo en mi vida y después de mi muerte, en cuanto puedo y más aún de lo que puedo,
12 - con todas las bendiciones con que el Padre de las misericordias bendijo a sus hijos y a sus hijas y los bendecirá en el cielo y en la tierra,
13 - y con las que el padre y la madre espirituales bendijeron y bendecirán a sus hijos e hijas espirituales. Amén.
14 - Sean siempre amantes de sus almas y de todas sus hermanas, 15para que observen siempre solícitamente lo que al Señor prometieron.
16 - El Señor esté siempre con ustedes y ojalá ustedes estén siempre con El.