Escritos de San Francisco - Parte II

Regla para los eremitorios
Forma de vida para Santa Clara
ÚLTIMAS RECOMENDACIONES
Testamento
Testamento de Siena
Bendición al hermano Bernardo
Exhortación cantada a Santa Clara y sus hermanas
Última voluntad a Santa Clara


CAPÍTULO VI
NADA SE APROPIEN LOS HERMANOS, LA MENDICACIÓN Y LOS HERMANOS ENFERMOS
1Los hermanos no se apropien nada para si, ni casa ni lugar ni cosa alguna.
2Y, cual peregrinos y forasteros en este siglo (cf. Gen 23,4; Sal 38,13; 1Pe 2,11), que sirven al Señor en pobreza y humildad, vayan por limosna confiadamente. 3Y no tienen por que aver-gonzarse, pues el Señor se hizo pobre por nosotros en este mundo (cf. 2 Co 8,9).
4Esta es la excelencia de la altísima pobreza, la que a vosotros, mis queridísimos herma-nos, os ha constituido en herederos y reyes del reino de los cielos, os ha hecho pobres en cosas y os ha sublimado en virtudes (cf. St 2,5). 5Sea esta vuestra porción, la que conduce a la tierra de los vivientes (cf. Sal 141,6). 6Adheridos enteramente a ella, hermanos amadísimos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo jamás tengáis otra cosa bajo el cielo.
7Y dondequiera que estén y se encuentren unos con otros los hermanos, condúzcanse mutuamente con familiaridad entre si. 8Y exponga confiadamente el uno al otro su necesidad, porque si la madre nutre y quiere a su hijo carnal (cf.1 Tes 2,7), ¿cuánto mas amorosamente debe cada uno querer y nutrir a su hermano espiritual?
9Y si alguno de los hermanos cae enfermo, los otros hermanos le deben servir como qui-sieran ellos ser servidos (cf. Mt 7,12)

CAPÍTULO VII
PENITENCIA QUE SE HA DE IMPONER A LOS HERMANOS QUE PECAN
1Si algunos de los hermanos por instigación del enemigo, incurren en aquellos pecados mortales de los que esta determinado entre los hermanos que se recurra a solos los ministros provinciales, estén obligados dichos hermanos a recurrir a ellos cuanto antes puedan, sin demo-ra.
2Y los ministros mismos, si son presbíteros, impónganles la penitencia con misericordia; pe-ro, si no lo son, hagan que se la impongan otros sacerdotes de la Orden, como les parezca que mejor conviene según Dios. 3Y deben evitar airarse y conturbarse por el pecado que alguno comete, porque la ira y la conturbación son impedimento en ellos y en los otros para la caridad.

CAPÍTULO VIII
ELECCIÓN DEL MINISTRO GENERAL DE ESTA FRATERNIDAD Y CAPÍTULO DE PENTECOSTÉS
1Todos los hermanos estén obligados a tener siempre por ministro y siervo general de to-da la fraternidad a uno de los hermanos de esta Religión, y estén obligados firmemente a obe-decerle.
2Cuando este fallezca, hágase la elección del sucesor por los ministros provinciales y cus-todios en el capítulo de Pentecostés; y a este capítulo deban siempre concurrir los ministros pro-vinciales, dondequiera que lo estableciere el ministro general; 3y esto han de hacerlo una vez cada tres años o en otro termino de tiempo mayor o menor, cómo lo haya ordenado el dicho ministro.
4Y si alguna vez pareciera claro al conjunto de los ministros provinciales y custodios que el dicho ministro es insuficiente para el servicio y utilidad común de los hermanos, estén obliga-dos los referidos hermanos, a quienes se ha confiado la elección, a elegirse en el nombre del Señor otro para custodio.
5Y después del capítulo de Pentecostés pueda cada uno de los ministros y custodios, si quiere y le parece conveniente, convocar a sus hermanos una vez ese mismo año a capítulo en su custodia.

CAPÍTULO IX
LOS PREDICADORES
1Los hermanos no prediquen en la diócesis de un obispo cuando este se lo haya prohibi-do.
2Y ninguno de los hermanos se atreva absolutamente a predicar al pueblo, si no ha sido examinado y aprobado por el ministro general de esta fraternidad, y este no le ha concedido el oficio de la predicación.
3Amonesto además y exhorto a estos mismos hermanos a que, cuando predican, sean ponderadas y limpias sus expresiones (cf. Sal 11,7; 17,31), 4para provecho y edificación del pue-blo, pregonando los vicios y las virtudes la pena y la gloria con brevedad de lenguaje, porque palabra sumaria hizo el Señor sobre la tierra (cf. Rm 9,28).

CAPÍTULO X
AMONESTACIÓN Y CORRECCIÓN DE LOS HERMANOS
1Los hermanos que son ministros y siervos de los otros visiten y amonesten a sus hermanos, y corríjanlos humilde y caritativamente, y no les manden nada que este en contra de su alma y de nuestra Regla.
2Pero los hermanos, que son súbditos, recuerden que renunciaron por Dios a los propios quereres. 3Por lo cual, les mando firmemente que obedezcan a sus ministros en todo lo que al Señor prometieron guardar y no esta en contra del alma y de nuestra Regla.
4Y dondequiera que haya hermanos que sepan y conozcan que no pueden guardar es-piritualmente la Regla deben y pueden recurrir a sus ministros. 5Y los ministros acójanlos caritativa y benignamente, y tengan para con ellos una familiaridad tan grande, que puedan los herma-nos hablar y comportarse con los ministros cómo los señores con sus siervos; 6pues así debe ser, que los ministros sean siervos de todos los hermanos.
7Amonesto y exhorto en el Señor Jesucristo a que se guarden en los hermanos de toda soberbia, vanagloria, envidia, avaricia (cf. Lc 12,15), preocupación y solicitud de este mundo (cf. Mt 13,22), difamación y murmuración, y no se preocupen de hacer estudios los que no los hayan hecho. 8Aplíquense, en cambio, a lo que por encima de todo deben anhelar: 9tener el espíritu del Señor y su santa operación, orar continuamente al Señor con un corazón puro, y te-ner humildad y paciencia en la persecución y en la enfermedad, y amar a los que nos persiguen y reprenden y acusan, 10porque dice el Señor: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os, que os persiguen y calumnian (cf. Mt 5,44). 11Dichosos los ,que padecen persecución por la justi-cia, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5,10). 12Y quien persevere hasta el fin, este se salvara (Mt 10,22).

CAPÍTULO XI
LOS HERMANOS NO ENTREN EN MONASTERIOS DE MONJAS
1Mando firmemente a todos los hermanos que no tengan sospechoso trato o consejos de mujeres; 2y que no entren en monasterios de monjas, fuera d aquellos hermanos que tienen una licencia especial concedida por la Sede Apostólica; 3tampoco se hagan padrinos de varo-nes o de mujeres, ni con esta ocasión se origine escándalo entre los hermanos o acerca de ellos.

CAPÍTULO XII
LOS QUE VAN ENTRE SARRACENOS Y OTROS INFIELES
1Aquellos hermanos que quieren, por inspiración divina, ir entre sarracenos y otros infieles, pidan para ello la licencia a sus ministros provinciales. 2Pero los ministros no otorguen la licencia para ir sino a los que vean que son idóneos para ser enviados.
3Además: impongo por obediencia a los ministros que pidan al señor Papa un cardenal de la santa Iglesia romana que sea gobernador, protector y corrector de esta fraternidad; 4para que, siempre sumisos y sujetos a los pies de la misma santa Iglesia firmes en la fe católica (Col 1,23) guardemos la pobreza y la humildad y el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo que firmemente prometimos.
REGLA PARA LOS EREMITORIOS
1Los que quieran llevar vida religiosa en eremitorios, sean tres hermanos o, a lo mas, cua-tro.
Dos sean madres y tengan dos hijos, o, al menos, uno.
2Los dos que son madres sigan la vida de Marta, y los dos hijos sigan la vida de María (cf. Lc 10,38-42). Y tengan un claustro, y en el cada uno su celdita, para orar y dormir.
3Y digan siempre las completas de día en cuanto se ponga el sol; y procuren guardar si-lencio; y digan sus horas; y levántense a la hora de maitines; y busquen primero el reino de Dios y su justicia (Mt 6,33).
4Y digan prima a la hora conveniente, y después de tercia interrumpan el silencio y pue-dan hablar e ir a sus madres.
5Y, cuando les agrade, puedan pedir limosna a las madres, cómo pobres pequeñuelos, por el amor del Señor Dios.
6Y después digan sexta y nona; y digan viseras a la hora conveniente.
7Y en el claustro donde moran no permitan que entre ninguna persona ni coman en el.
8Los hermanos que son madres procuren permanecer lejos de toda persona, y por obe-diencia a su ministro protejan a sus hijos de toda persona, para que nadie pueda hablar con ellos.
9Y los hijos no hablen con ninguna persona, sino con sus madres y con su ministro y custo-dio, cuando este tuviera a bien visitarlos con la bendición del Señor Dios.
10Pero los hijos tomen a veces el oficio de madres, tal cómo les pareciere establecer los turnos para alternarse de manera que procuren guardar solicita y esmeradamente todo lo dicho anteriormente.

FORMA DE VIDA PARA SANTA CLARA
1Ya que, por divina inspiración, os habéis hecho hijas y siervas del altísimo sumo Rey Pa-dre celestial y os habéis desposado con el Espíritu Santo, eligiendo vivir según la perfección del santo Evangelio,
2quiero y prometo dispensaros siempre, por mi mismo y por medio de mis hermanos, y cómo a ellos, un amoroso cuidado y una especial solicitud.
ULTIMAS RECOMENDACIONES
TESTAMENTO
1El Señor me dio de esta manera, a mi el hermano Francisco, el comenzar a hacer peni-tencia; en efecto, cómo estaba en pecados, me parecía muy amargo ver leprosos. 2Y el Señor mismo me condujo en medio de ellos, y practiqué con ellos la misericordia. 3Y, al separarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me torno en dulzura de alma y del cuerpo; y después de esto, permanecí un poco de tiempo y salí del siglo.
4Y el Señor me dio una fe tal en las iglesias que oraba y decía así sencillamente: 5Te ado-ramos, Señor Jesucristo, también en todas tus iglesias que hay en el mundo entero y te bende-cimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
6Después de esto, el Señor me dio, y me sigue dando una fe tan grande en los sacerdo-tes que viven según la norma de la santa Iglesia romana, por su ordenación que si me viese per-seguido, quiero recurrir a ellos. 7Y si tuviese tanta sabiduría cómo la que tuvo Salomón v me en-contrase con algunos pobrecillos sacerdotes de este siglo en las parroquias en que habitan no quiero predicar al margen de su voluntad. 8Y a estos sacerdotes y a todos los otros quiero temer, amar y honrar cómo a señores míos. 9Y no quiero advertir pecado en ellos, porque miro en ellos al Hijo de Dios y son mis señores. 10Y lo hago por este motivo: porque en este siglo nada veo cor-poralmente del mismo altísimo Hijo de Dios sino su santísimo cuerpo y santísima sangre, que ellos reciben y solos ellos administran a otros. 11Y quiero que estos santísimos misterios sean honrados y venerados por encima de todo y colocados en lugares preciosos. 12Y cuando encuentre en lugares indebidos los santísimos nombres y sus palabras escritas, quiero recogerlo, y ruego que se recojan y se coloquen en lugar decoroso. 13Y debemos también honrar y tener en veneración a todos los teólogos y a los que nos administran las santísimas palabras divinas, cómo a quienes nos administran espíritu y vida (cf. Jn 6,64).
14Y después que el Señor me dio hermanos, nadie me mostraba que debía hacer sino que el altísimo mismo me revelo que debía vivir según la forma del santo Evangelio. 15Y Yo lo hice escribir en pocas palabras y sencillamente y el señor Papa me lo confirmo.
16Y los que venían a tomar esta vida, daban a los pobres todo lo que podían tener (Jb 1,3), y se contentaban con una túnica remendada por dentro y por fuera; con el cordón y los calzones. 17Y no queríamos tener mas. 18El oficio lo decíamos los clérigos al modo de los otros clérigos, y los laicos decían padrenuestros; y bien gustosamente permanecíamos en iglesias. 19Y éramos indoctos y estábamos sometidos a todos.
20Y yo trabajaba con mis manos, y quiero trabajar; y quiero firmemente que todos los otros hermanos trabajen en algún oficio compatible con la decencia. 21Los que no lo saben, que lo aprendan, no por la codicia de recibir la paga del trabajo sino por el ejemplo y para combatir la ociosidad. 22Y cuando no nos den la paga del trabajo, recurramos a la mesa del Señor, pi-diendo limosna de puerta en puerta. 23El Señor me revelo que dijésemos este saludo: El Señor te de la paz.
24Guárdense los hermanos de recibir en modo alguno iglesias, moradas pobrecillas, ni nada de lo que se construye para ellos, si no son cómo conviene a la santa pobreza que prome-timos en la Regla, hospedándose siempre allí cómo forasteros y peregrinos (cf. Gn 23,4; Sal 38,13; 1Pe 2,11).
25Mando firmemente por obediencia a todos los hermanos que, estén donde estén, no se atrevan a pedir en la curia romana ni por si ni por intermediarios, ningún documento en favor de una iglesia o de otro lugar, ni so pretexto de predicación, ni por persecución de sus cuerpos; 26sino que, si en algún lugar no son recibidos, márchense a otra tierra a hacer penitencia con la bendición de Dios.
27Y quiero firmemente obedecer al ministro general de esta fraternidad y al guardián que le plazca darme. 28Y de tal modo quiero estar cautivo en sus manos, que no pueda ir o hacer fuera de la obediencia o de su voluntad, porque es mi señor. 29Y, aunque soy simple y enfermo, quiero, sin embargo, tener siempre un clérigo que me recite el oficio como se contiene en la Regla. 30Y todos los otros hermanos estén obligados a obedecer de este modo a sus guardianes y a decir el oficio según la Regla. 31Y a los que se descubra que no rezan el oficio según la Regla y quieran variarlo de otro modo, o que no son católicos, todos los hermanos, sea donde sea, estén obligados por obediencia, dondequiera que hallen a uno de éstos, a presentarlo al custo-dio más cercano del lugar donde lo descubran. 32Y el custodio esté firmemente obligado, por obediencia, a custodiarlo fuertemente, como a hombre en prisión día y noche, de manera que no pueda ser arrebatado de sus manos hasta que en propia persona lo consigne en manos de su ministro. 33Y el ministro esté firmemente obligado, por obediencia, a remitirlo por medio de tales hermanos, que lo custodien día y noche como a hombre en prisión hasta que lo lleven a la presencia del señor de Ostia, que es el señor, protector y corrector de toda la fraternidad.
34Y no digan los hermanos: Esta es otra Regla; porque ésta es una recordación, amones-tación y exhortación, y es mi testamento, que yo, el hermano Francisco, pequeñuelo, os hago a vosotros, mis benditos hermanos, para que mejor guardemos católicamente la Regla que pro-metimos al Señor.
35Y el ministro general y todos los otros ministros y custodios estén obligados, por obedien-cia, a no añadir ni quitar nada en estas palabras. 36Y tengan siempre consigo este escrito junto a la Regla. 37Y en todos los capítulos que celebran, cuando lean la Regla, lean también estas pa-labras. 38Y a todos mis hermanos, clérigos y laicos, mando firmemente, por obediencia, que no introduzcan glosas en la Regla ni en estas palabras, diciendo: 39Esto quieren dar a entender; sino que así como me dio el Señor decir y escribir sencilla y puramente la Regla y estas palabras, del mismo modo las entendáis sencillamente y sin glosa, y las guardéis con obras santas hasta el fin.
40Y todo el que guarde estas cosas, sea colmado en el cielo de la bendición del altísimo Padre, y sea colmado en la tierra de la bendición de su amado Hijo, con el santísimo Espíritu Paráclito y con todas las virtudes de los cielos y con todos los santos. 41Y yo el hermano Francis-co, vuestro pequeñuelo siervo, os confirmo cuanto puedo, interior y exteriormente, esta santísima bendición.

TESTAMENTO DE SIENA
1Escribe cómo bendigo a todos mis hermanos, a los que están en la Religión y a los que han de venir hasta la consumación del siglo.
2Como, a causa de la debilidad y el dolor de la enfermedad, no me encuentro con fuer-zas para hablar, declaro brevemente a mis hermanos mi voluntad en estas tres palabras:
3Que, en señal del recuerdo de mi bendición y de mi testamento, se amen siempre mu-tuamente, 4que amen siempre a nuestra señora la santa pobreza y la guarden 5y que vivan siempre fieles y sumisos a los prelados y a todos los clérigos de la santa madre Iglesia.

BENDICIÓN AL HERMANO BERNARDO
1Escribe tal como te dicto:
2El primer hermano que me dio el señor fue el hermano bernardo; y también el primero que comenzó y cumplió perfectísimamente la norma de perfección del santo Evangelio, distri-buyendo todos sus bienes a los pobres. 3Y por este motivo y por otras muchas prerrogativas, me siento obligado a amarlo más que a ningún otro hermano de toda la Religión.
4Y así, quiero y mando, en la medida que puedo, que sea quien sea el ministro general, le ame y venera como a mí mismo; 5y también los otros ministros provinciales y los hermanos de toda la Religión mírenlo como si se tratara de mí.

EXHORTACIÓN CANTADA A SANTA CLARA Y SUS HERMANAS
1Escuchad, pobrecillas, por el Señor llamadas, de diversas partes y provincias congrega-das.
2Vivid siempre en la verdad para morir en obediencia.
3No viváis la vida de fuera, puesto que la del espíritu es mejor.
4Os ruego con gran amor que administréis con discreción las limosnas que os dé el Señor.
5Las que se hallan afligidas por enfermedad y las otras que os esforzáis por atenderlas, todas por igual soportadlo todo en paz.
6Que sean altamente caras vuestras fatigas, ya que cada una será reina en el cielo co-ronada con la Virgen María.
ULTIMA VOLUNTAD A SANTA CLARA
1Yo el hermano Francisco, pequeñuelo, quiero seguir la vida y la pobreza de nuestro altí-simo Señor Jesucristo y de su santísima Madre y perseverar en ella hasta el fin; 2y os ruego, mis señoras, y os aconsejo que viváis siempre en esta santísima vida y pobreza. 3Y estad muy alerta para que de ninguna manera os apartéis jamás de ella por la enseñanza o consejo de quien sea.